Recientemente falleció en Montana
una viejecita norteamericana
que, en calidad de único heredero
le dejó a un mayordomo su dinero.
Mas la anciana del caso que relato
dejó también un gato
que ha venido a plantearle al mayordomo
un problema, lector, de tomo y lomo,
ya que en el testamento hay un mandato
que le impide aunque llegue a la indigencia,
disponer ni una puya de la herencia
hasta que no se muera dicho gato.
Me diréis: - ¿Y por qué ese mayordomo
no se arma de una estaca o de un zapato
y acaba de una vez con ese gato
que debe de caerle como un plomo?
Ah, porque la viejecita, en previsión
de que ocurrir pudiera cosa tal
aclaró al imponer su condición
que del gato en cuestión la defunción
debe ser natural,
y si no muere así, tampoco hay real.
Lo que le queda, pues, al mayordomo
ante este caso, es conservar su aplomo,
con paciencia llevar su dura cruz
y esperar que se muera el micifuz.
y como el gato tiene siete vidas,
¡esas puyas, lector, están perdidas!
Autor: Aquiles Nazoa (Venezuela)
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